Fragmentos de la entrevista que le realizara Jorge Fontevecchia al decano economista Aldo Ferrer, actual embajador argentino en Francia. La entrevista fue publicada por el diario Perfil en su edición del domingo 12/2/2012, y puede ser leída completa en este enlace.
—¿Está bien sustituir todas las importaciones, todo lo que sea posible sustituir, o sólo aquello conveniente?
—El modelo de los países avanzados es lo que se llama la especialización intraindustrial, incorporar en su tejido con flexibilidad una estructura diversificada y compleja, abierta e integrada al mundo. Esto yo lo llamé, hace mucho tiempo, la estructura industrial integrada y abierta. Si usted toma la composición de comercio internacional de países industriales avanzados, va a advertir que en cada sector aparecen como exportadores e importadores. Esto ha sido fortalecido por la integración de cadenas de valor en el marco de las corporaciones. Pretender producir todo me parece que no es posible.
—En la Argentina existe una controversia respecto del agregado de valor del sistema de producción de aparatos electrónicos en Tierra del Fuego. ¿Es partidario de regímenes especiales?
—Lo importante es la integración efectiva, no como ensambladores, sino como productores de elementos del sector electrónico. Vivimos un retroceso fenomenal. Tenemos que volver a reincorporar la electrónica, pero no alcanza con el ensamblaje de teléfonos. En vez de estar gastando millones de dólares importando teléfonos celulares, deberíamos estar exportándolos. Hay que enfrentar, en este sector industrial, alguna estrategia que vaya incorporando valor propio para la previsión nacional, en un esquema de especialización industrial. Por ejemplo, un país que exporta muchos celulares, con un alto componente argentino, que también importa otros celulares, en un comercio balanceado y con un superávit mejor.
—¿Qué opina del reciente sistema de control de importaciones y unificación de la Secretaría de Comercio Interior y Exterior bajo la conducción de Guillermo Moreno?
—Se parece bastante a las preocupaciones que se advierten en otros países: defender el mercado interno, promover la industrialización. Los controles son instrumentos legítimos en ese terreno y en cualquier otro, pero los controles no resuelven desequilibrios fundamentales. El éxito de estas medidas va a depender de que la economía sea competitiva, que haya inversiones, porque de entrada no va a suceder. El éxito va a depender del conjunto de las políticas y de la solidez de los equilibrios macroeconómicos, dentro de los cuales tienen lugar estos controles.
—Moreno dijo: “Esto no es cerrar la economía, es reindustrialización competitiva con fuerte capacidad exportadora”. Siempre que se dice “no es tal cosa”, se sospecha.
—No se trata de cerrar, sino de aumentar el comercio exterior, tanto de las importaciones como de las exportaciones, pero tiene que ser funcional al proceso de transformación interna. Si la apertura consiste en aumentar el déficit de nuestro comercio de manufacturas, que ya es muy importante, no sirve. Hay que cerrar el desequilibrio en el comercio de manufacturas, sobre todo, en las de alta complejidad, fortalecer el sector de bienes de capital. En el sector de maquinaria agrícola, hemos logrado avances muy importantes. Yo diría que los controles son jurisdiccionales, formando parte de políticas de transformación que incentiven la inversión, el cambio técnico en los sectores líderes. Ciertamente, hay mucho para mejorar en la calidad institucional, pero hoy está la democracia. Y hay un pensamiento crítico con una influencia que no tuvo en mucho tiempo.
—Moreno les pide a quienes importan que exporten por la misma cantidad. Un ejemplo es el de Audi, que aceptó exportar commodities por el mismo monto que importa autos, mientras el representante argentino de BMW, tras siete meses sin poder importar autos, ahora ofreció exportar mosto y arroz. Algo similar sucede con algunas empresas de electrodomésticos de Tierra del Fuego, que ofrecen exportar calamares. ¿Qué opina de este método?
—En los países de Asia, lo que exportan son bienes complejos. Me parece interesante decirles a las firmas que tienen que tener balance de divisas, pero exportando bienes y servicios, esencialmente, dentro de la misma actividad. Porque, si no, lo que exporten de algunos productos primarios lo va a exportar un exportador provisional. Me parece que no se ajusta al objetivo que se plantea la Argentina.
—¿El país no aumenta sus exportaciones, sino que, simplemente, se genera un mercado interno de pase de exportaciones?
—Los controles tienen que estar analizados con la mayor honestidad posible, transparencia y eficacia. Es posible que un control destinado a seguir un objetivo encomiable pueda no ser bien administrado y, en este caso, no cumplirá la función que tiene.
—Cuando la Presidenta ganó las internas abiertas del año pasado, Moreno se despedía asegurando que se iba del Gobierno, y seis meses después es la persona más importante en el área económica. ¿Cuál es su opinión técnica sobre él y sus conocimientos económicos?
—No le voy a responder porque está fuera de mi costumbre opinar sobre funcionarios o personas. Me limito a observar los hechos, a comentarlos.
—Lo que antes de la llegada del kirchnerismo concentraba el ministro de Economía hoy está atomizado entre el ministro formal, su predecesor y hoy vicepresidente, los ministros de Planeamiento y de Industria, más Moreno. ¿Le parece correcta o excesiva esa división?
—Una cosa es el organigrama en términos formales y la realidad de la política económica. Ejercí como ministro del súper Ministerio de Economía, que tenía la totalidad de las secretarías, Comercio, Industria, Agricultura…
—Planeamiento.
—Nos fue muy mal. El organigrama es importante, pero lo fundamental es la orientación de la política económica. En un momento en el cual no existe este grado de coordinación y la jefa del Estado asume responsabilidades de coordinación muy importantes, las cosas funcionan razonablemente bien. Tal vez, se podría facilitar un poco la tarea de la jefa de Estado con algún mecanismo de coordinación entre los principales funcionarios, que cuesta, sí, porque cada uno atiende prioritariamente a su sector. Pero es un organigrama y lo importante son los resultados. Como ese proverbio chino que usted conoce: “Lo importante no es si el gato es blanco o es negro, sino si caza ratones”.
(...)
—¿Cuál es su opinión sobre la tasa de cambio real en Argentina?
—Este es un tema importante porque la competitividad es un elemento fundamental del desarrollo económico. Los países exitosos operan con un tipo de cambio competitivo. Nosotros lo tuvimos un tiempo prolongado y sobre esa base mejoró mucho la competitividad. Después, con el aumento de precios internos, incluso la paridad nominal, está disminuyendo la competitividad. Más que discutir si el tipo de cambio actual es bueno o es malo, hay que mirar el comportamiento del balance. Si hay, por ejemplo, un crecimiento en el déficit de los productos industriales, quiere decir que hay un problema de competitividad. La competitividad no descansa solamente en la paridad nominal, pero se observa en la experiencia de los países que han hecho políticas extraordinarias de competitividad en ciencia, tecnología, capacitación de recursos humanos, que en todos los casos operaron siempre con tipo de cambio razonablemente competitivo. El actual tipo de cambio en la Argentina tuvo un proceso de apreciación, pero la economía conserva un grado considerable de competitividad. Hay un problema histórico con la cuestión cambiaria, no sólo acá sino en el resto del mundo, y es frecuente que los problemas de desequilibrio de la paridad se resuelvan preventivamente. Nosotros tenemos que analizar la situación con total franqueza, y ver si es o no necesario, en el marco de los factores que condicionan la competitividad, tocar el tipo de cambio. Si es necesario, hay que tocarlo. No quiero decir que hay que subirlo o bajarlo. Digo que es un tema que hay que ponerlo en la mesa de discusión con toda objetividad, con el conjunto de todos los elementos que hacen a la competitividad.
— ¿Le preocupa que durante años el precio del dólar haya subido mucho menos que la inflación?
—Hubo un sobreajuste en el marco de la crisis que tenía que ir modificándose en la medida en que la dinámica de la economía fuera la que estamos mencionando: aumento del empleo, aumento de salarios. Ahora estamos en una situación manejable. No es la situación brasileña. Cuando Lula llegó al poder, el dólar estaba a cuatro reales. Ahora, tantos años después, en Brasil han tenido un ajuste en la paridad que les ha traído problemas; uno, la pérdida de competitividad en buena parte de su producción industrial, sobre todo en las pymes, y un aumento del déficit comercial, y el otro, la atracción del capital en su pirateo de corto plazo para aprovechar una alta tasa de interés interna con apreciación cambiaria. Nosotros no llegamos a ese grado de problemas. Pero tenemos que observarlo con mucha objetividad. Insisto: en materia de tipo de cambio, como de subsidios, de equilibrio fiscal no estamos en situaciones límites de desequilibrios críticos, pero en esa dinámica de la realidad hay que observar los hechos y tomar las medidas que correspondan.
—¿No sería más lógico, en lugar de colocar tantas trabas a las importaciones, o como complemento de esa política, un precio del dólar también más alto?
—En materia económica, nunca olvide que cada instrumento está ligado al conjunto de instrumentos que uno toma en cuenta para orientar una cierta política. Se requieren controles, tipos de cambio, financiamiento al comercio exterior, apoyo a la tecnología, credibilidad en materia industrial... Cuando usted utiliza el total de instrumentos, puede llegar a un conjunto de medidas que apuntan en el sentido que está buscando. El qué se está buscando, está muy claro, es la industrialización, el cambio técnico, el fortalecimiento de balances de pagos, el desarrollo industrial, la convivencia entre los dos sectores fundamentales de la economía argentina, la industria y el campo. Cuando se discutió la 125, a mí me parecía que estaban discutiendo mal el tema de las retenciones porque lo estaban discutiendo como instrumento de captación de una renta excedente del campo, cuando en realidad es la diferencia entre el tipo de cambio que hace falta para ganar plata produciendo soja. Hay que ganar plata con la soja y el tipo de cambio que hace falta para producir tractores, porque tenemos que ganar plata exportando tractores y maquinaria agrícola. Como tenemos precios relativos internos, distintos a los internacionales, como nos pasa a todos los países con tantos recursos naturales, y los recursos primarios son relativamente más baratos que los industriales, si ponemos un tipo de cambio que esté libre para todos los sectores, nos quedamos sin industrias. Entonces, tenemos que tener un tipo de cambio que le dé competitividad a la soja y le dé competitividad a las manufacturas concretas. Las retenciones no son un impuesto al sector agrario, o de extracción de una renta excedente; eso es excedente para evitar la llamada enfermedad holandesa, la de la apreciación cambiaria, poniéndola a competir con sectores más complejos y que no dispone el Gobierno de las presiones, en este caso de los que aprovechan los recursos naturales pagando un dumping. Nos pasa con el campo y les pasa a otros con otros recursos.
—¿A una mayor tasa de devaluación nominal le corresponderá una mayor tasa de inflación?
—No, porque depende de otras variables. El tema del tipo de cambio es muy controvertido desde siempre, en parte por todo lo que le digo de las diferentes condiciones de competitividad entre los distintos sectores. Las retenciones han dado lugar a una polémica muy importante, pero existe una cierta tendencia a suponer que una paridad relativamente alta sacrifica el valor real del consumo o el poder adquisitivo de la gente, y la verdad es que el factor determinante en el valor real no es el tipo de cambio, sino el empleo. En la medida en que el tipo de cambio es competitivo, genera industria y ocupación, mejora los salarios reales. Porque si no, nos puede pasar que se genere un tipo de cambio muy bajo, tenemos en dólares un salario real muy alto, pero al mismo tiempo tenemos un costo internacional. La solución está muy dividida porque uno encuentra dentro de la propia profesión gente que está de acuerdo con la industrialización y la competitividad, pero que tienen contra la paridad nominal esta idea de que los eventuales que se hacen llevan a un fenómeno reducido o a un proceso inflacionario. No me extraña que este tema sea tan controvertido porque siempre lo fue y me parece que muchas veces no lo hemos analizado con suficiente realismo en el contexto de los factores en juego. El tipo de cambio es un instrumento más que tiene que estar al servicio de la producción, de la inversión, del empleo y la inclusión social, y que hay que utilizar con la objetividad del caso.
—La tasa de desempleo es la que finalmente marca si el tipo de cambio es bueno o malo.
—Exacto. Nunca se me había ocurrido pensarlo así. Pero sí, es interesante, me parece que está bien. En ese caso, mejorando el empleo, uno puede suponer que está competitivo. Me parece una acotación interesante.
—¿Cuál es su pronóstico para la economía argentina, para los próximos cuatro años?
—En una economía razonablemente ordenada, que ha demostrado capacidad de crecimiento, que tiene en agenda el problema de los precios, el problema eléctrico, el de la competitividad, en la medida que seamos capaces de resolver ese tema con suficiente razonabilidad, en el escenario latinoamericano mundial, la Argentina es uno de esos países que tiene mayor potencial de crecimiento a largo y mediano plazo por la magnitud de sus recursos naturales, por la calidad de sus recursos humanos, la consolidación que vienen teniendo las instituciones. Hay un cambio positivo de los liderazgos políticos, y de otras esferas, de búsqueda de la construcción nacional, de la solidaridad y de la soberanía, a diferencia de otras épocas en que estaban empeñados en que todo era gris, que viniera la inversión extranjera, endeudarnos… Así terminamos. La Argentina tiene una misión muy promisoria de transformación productiva, de industrialización, de incorporación de tecnología y de formación de una sociedad que esté a la altura. El país real está muy por debajo del país posible. El país real, que es el que hace a la identidad nacional, todavía no llegó a donde puede llegar porque es un país que todavía tiene grandes fracturas sociales, que tiene que consolidar sus liderazgos, entonces tenemos que tomar al país a la altura de la cultura que alcanzó, de relieve internacional.
—¿Está bien sustituir todas las importaciones, todo lo que sea posible sustituir, o sólo aquello conveniente?
—El modelo de los países avanzados es lo que se llama la especialización intraindustrial, incorporar en su tejido con flexibilidad una estructura diversificada y compleja, abierta e integrada al mundo. Esto yo lo llamé, hace mucho tiempo, la estructura industrial integrada y abierta. Si usted toma la composición de comercio internacional de países industriales avanzados, va a advertir que en cada sector aparecen como exportadores e importadores. Esto ha sido fortalecido por la integración de cadenas de valor en el marco de las corporaciones. Pretender producir todo me parece que no es posible.
—En la Argentina existe una controversia respecto del agregado de valor del sistema de producción de aparatos electrónicos en Tierra del Fuego. ¿Es partidario de regímenes especiales?
—Lo importante es la integración efectiva, no como ensambladores, sino como productores de elementos del sector electrónico. Vivimos un retroceso fenomenal. Tenemos que volver a reincorporar la electrónica, pero no alcanza con el ensamblaje de teléfonos. En vez de estar gastando millones de dólares importando teléfonos celulares, deberíamos estar exportándolos. Hay que enfrentar, en este sector industrial, alguna estrategia que vaya incorporando valor propio para la previsión nacional, en un esquema de especialización industrial. Por ejemplo, un país que exporta muchos celulares, con un alto componente argentino, que también importa otros celulares, en un comercio balanceado y con un superávit mejor.
—¿Qué opina del reciente sistema de control de importaciones y unificación de la Secretaría de Comercio Interior y Exterior bajo la conducción de Guillermo Moreno?
—Se parece bastante a las preocupaciones que se advierten en otros países: defender el mercado interno, promover la industrialización. Los controles son instrumentos legítimos en ese terreno y en cualquier otro, pero los controles no resuelven desequilibrios fundamentales. El éxito de estas medidas va a depender de que la economía sea competitiva, que haya inversiones, porque de entrada no va a suceder. El éxito va a depender del conjunto de las políticas y de la solidez de los equilibrios macroeconómicos, dentro de los cuales tienen lugar estos controles.
—Moreno dijo: “Esto no es cerrar la economía, es reindustrialización competitiva con fuerte capacidad exportadora”. Siempre que se dice “no es tal cosa”, se sospecha.
—No se trata de cerrar, sino de aumentar el comercio exterior, tanto de las importaciones como de las exportaciones, pero tiene que ser funcional al proceso de transformación interna. Si la apertura consiste en aumentar el déficit de nuestro comercio de manufacturas, que ya es muy importante, no sirve. Hay que cerrar el desequilibrio en el comercio de manufacturas, sobre todo, en las de alta complejidad, fortalecer el sector de bienes de capital. En el sector de maquinaria agrícola, hemos logrado avances muy importantes. Yo diría que los controles son jurisdiccionales, formando parte de políticas de transformación que incentiven la inversión, el cambio técnico en los sectores líderes. Ciertamente, hay mucho para mejorar en la calidad institucional, pero hoy está la democracia. Y hay un pensamiento crítico con una influencia que no tuvo en mucho tiempo.
—Moreno les pide a quienes importan que exporten por la misma cantidad. Un ejemplo es el de Audi, que aceptó exportar commodities por el mismo monto que importa autos, mientras el representante argentino de BMW, tras siete meses sin poder importar autos, ahora ofreció exportar mosto y arroz. Algo similar sucede con algunas empresas de electrodomésticos de Tierra del Fuego, que ofrecen exportar calamares. ¿Qué opina de este método?
—En los países de Asia, lo que exportan son bienes complejos. Me parece interesante decirles a las firmas que tienen que tener balance de divisas, pero exportando bienes y servicios, esencialmente, dentro de la misma actividad. Porque, si no, lo que exporten de algunos productos primarios lo va a exportar un exportador provisional. Me parece que no se ajusta al objetivo que se plantea la Argentina.
—¿El país no aumenta sus exportaciones, sino que, simplemente, se genera un mercado interno de pase de exportaciones?
—Los controles tienen que estar analizados con la mayor honestidad posible, transparencia y eficacia. Es posible que un control destinado a seguir un objetivo encomiable pueda no ser bien administrado y, en este caso, no cumplirá la función que tiene.
—Cuando la Presidenta ganó las internas abiertas del año pasado, Moreno se despedía asegurando que se iba del Gobierno, y seis meses después es la persona más importante en el área económica. ¿Cuál es su opinión técnica sobre él y sus conocimientos económicos?
—No le voy a responder porque está fuera de mi costumbre opinar sobre funcionarios o personas. Me limito a observar los hechos, a comentarlos.
—Lo que antes de la llegada del kirchnerismo concentraba el ministro de Economía hoy está atomizado entre el ministro formal, su predecesor y hoy vicepresidente, los ministros de Planeamiento y de Industria, más Moreno. ¿Le parece correcta o excesiva esa división?
—Una cosa es el organigrama en términos formales y la realidad de la política económica. Ejercí como ministro del súper Ministerio de Economía, que tenía la totalidad de las secretarías, Comercio, Industria, Agricultura…
—Planeamiento.
—Nos fue muy mal. El organigrama es importante, pero lo fundamental es la orientación de la política económica. En un momento en el cual no existe este grado de coordinación y la jefa del Estado asume responsabilidades de coordinación muy importantes, las cosas funcionan razonablemente bien. Tal vez, se podría facilitar un poco la tarea de la jefa de Estado con algún mecanismo de coordinación entre los principales funcionarios, que cuesta, sí, porque cada uno atiende prioritariamente a su sector. Pero es un organigrama y lo importante son los resultados. Como ese proverbio chino que usted conoce: “Lo importante no es si el gato es blanco o es negro, sino si caza ratones”.
(...)
—¿Cuál es su opinión sobre la tasa de cambio real en Argentina?
—Este es un tema importante porque la competitividad es un elemento fundamental del desarrollo económico. Los países exitosos operan con un tipo de cambio competitivo. Nosotros lo tuvimos un tiempo prolongado y sobre esa base mejoró mucho la competitividad. Después, con el aumento de precios internos, incluso la paridad nominal, está disminuyendo la competitividad. Más que discutir si el tipo de cambio actual es bueno o es malo, hay que mirar el comportamiento del balance. Si hay, por ejemplo, un crecimiento en el déficit de los productos industriales, quiere decir que hay un problema de competitividad. La competitividad no descansa solamente en la paridad nominal, pero se observa en la experiencia de los países que han hecho políticas extraordinarias de competitividad en ciencia, tecnología, capacitación de recursos humanos, que en todos los casos operaron siempre con tipo de cambio razonablemente competitivo. El actual tipo de cambio en la Argentina tuvo un proceso de apreciación, pero la economía conserva un grado considerable de competitividad. Hay un problema histórico con la cuestión cambiaria, no sólo acá sino en el resto del mundo, y es frecuente que los problemas de desequilibrio de la paridad se resuelvan preventivamente. Nosotros tenemos que analizar la situación con total franqueza, y ver si es o no necesario, en el marco de los factores que condicionan la competitividad, tocar el tipo de cambio. Si es necesario, hay que tocarlo. No quiero decir que hay que subirlo o bajarlo. Digo que es un tema que hay que ponerlo en la mesa de discusión con toda objetividad, con el conjunto de todos los elementos que hacen a la competitividad.
— ¿Le preocupa que durante años el precio del dólar haya subido mucho menos que la inflación?
—Hubo un sobreajuste en el marco de la crisis que tenía que ir modificándose en la medida en que la dinámica de la economía fuera la que estamos mencionando: aumento del empleo, aumento de salarios. Ahora estamos en una situación manejable. No es la situación brasileña. Cuando Lula llegó al poder, el dólar estaba a cuatro reales. Ahora, tantos años después, en Brasil han tenido un ajuste en la paridad que les ha traído problemas; uno, la pérdida de competitividad en buena parte de su producción industrial, sobre todo en las pymes, y un aumento del déficit comercial, y el otro, la atracción del capital en su pirateo de corto plazo para aprovechar una alta tasa de interés interna con apreciación cambiaria. Nosotros no llegamos a ese grado de problemas. Pero tenemos que observarlo con mucha objetividad. Insisto: en materia de tipo de cambio, como de subsidios, de equilibrio fiscal no estamos en situaciones límites de desequilibrios críticos, pero en esa dinámica de la realidad hay que observar los hechos y tomar las medidas que correspondan.
—¿No sería más lógico, en lugar de colocar tantas trabas a las importaciones, o como complemento de esa política, un precio del dólar también más alto?
—En materia económica, nunca olvide que cada instrumento está ligado al conjunto de instrumentos que uno toma en cuenta para orientar una cierta política. Se requieren controles, tipos de cambio, financiamiento al comercio exterior, apoyo a la tecnología, credibilidad en materia industrial... Cuando usted utiliza el total de instrumentos, puede llegar a un conjunto de medidas que apuntan en el sentido que está buscando. El qué se está buscando, está muy claro, es la industrialización, el cambio técnico, el fortalecimiento de balances de pagos, el desarrollo industrial, la convivencia entre los dos sectores fundamentales de la economía argentina, la industria y el campo. Cuando se discutió la 125, a mí me parecía que estaban discutiendo mal el tema de las retenciones porque lo estaban discutiendo como instrumento de captación de una renta excedente del campo, cuando en realidad es la diferencia entre el tipo de cambio que hace falta para ganar plata produciendo soja. Hay que ganar plata con la soja y el tipo de cambio que hace falta para producir tractores, porque tenemos que ganar plata exportando tractores y maquinaria agrícola. Como tenemos precios relativos internos, distintos a los internacionales, como nos pasa a todos los países con tantos recursos naturales, y los recursos primarios son relativamente más baratos que los industriales, si ponemos un tipo de cambio que esté libre para todos los sectores, nos quedamos sin industrias. Entonces, tenemos que tener un tipo de cambio que le dé competitividad a la soja y le dé competitividad a las manufacturas concretas. Las retenciones no son un impuesto al sector agrario, o de extracción de una renta excedente; eso es excedente para evitar la llamada enfermedad holandesa, la de la apreciación cambiaria, poniéndola a competir con sectores más complejos y que no dispone el Gobierno de las presiones, en este caso de los que aprovechan los recursos naturales pagando un dumping. Nos pasa con el campo y les pasa a otros con otros recursos.
—¿A una mayor tasa de devaluación nominal le corresponderá una mayor tasa de inflación?
—No, porque depende de otras variables. El tema del tipo de cambio es muy controvertido desde siempre, en parte por todo lo que le digo de las diferentes condiciones de competitividad entre los distintos sectores. Las retenciones han dado lugar a una polémica muy importante, pero existe una cierta tendencia a suponer que una paridad relativamente alta sacrifica el valor real del consumo o el poder adquisitivo de la gente, y la verdad es que el factor determinante en el valor real no es el tipo de cambio, sino el empleo. En la medida en que el tipo de cambio es competitivo, genera industria y ocupación, mejora los salarios reales. Porque si no, nos puede pasar que se genere un tipo de cambio muy bajo, tenemos en dólares un salario real muy alto, pero al mismo tiempo tenemos un costo internacional. La solución está muy dividida porque uno encuentra dentro de la propia profesión gente que está de acuerdo con la industrialización y la competitividad, pero que tienen contra la paridad nominal esta idea de que los eventuales que se hacen llevan a un fenómeno reducido o a un proceso inflacionario. No me extraña que este tema sea tan controvertido porque siempre lo fue y me parece que muchas veces no lo hemos analizado con suficiente realismo en el contexto de los factores en juego. El tipo de cambio es un instrumento más que tiene que estar al servicio de la producción, de la inversión, del empleo y la inclusión social, y que hay que utilizar con la objetividad del caso.
—La tasa de desempleo es la que finalmente marca si el tipo de cambio es bueno o malo.
—Exacto. Nunca se me había ocurrido pensarlo así. Pero sí, es interesante, me parece que está bien. En ese caso, mejorando el empleo, uno puede suponer que está competitivo. Me parece una acotación interesante.
—¿Cuál es su pronóstico para la economía argentina, para los próximos cuatro años?
—En una economía razonablemente ordenada, que ha demostrado capacidad de crecimiento, que tiene en agenda el problema de los precios, el problema eléctrico, el de la competitividad, en la medida que seamos capaces de resolver ese tema con suficiente razonabilidad, en el escenario latinoamericano mundial, la Argentina es uno de esos países que tiene mayor potencial de crecimiento a largo y mediano plazo por la magnitud de sus recursos naturales, por la calidad de sus recursos humanos, la consolidación que vienen teniendo las instituciones. Hay un cambio positivo de los liderazgos políticos, y de otras esferas, de búsqueda de la construcción nacional, de la solidaridad y de la soberanía, a diferencia de otras épocas en que estaban empeñados en que todo era gris, que viniera la inversión extranjera, endeudarnos… Así terminamos. La Argentina tiene una misión muy promisoria de transformación productiva, de industrialización, de incorporación de tecnología y de formación de una sociedad que esté a la altura. El país real está muy por debajo del país posible. El país real, que es el que hace a la identidad nacional, todavía no llegó a donde puede llegar porque es un país que todavía tiene grandes fracturas sociales, que tiene que consolidar sus liderazgos, entonces tenemos que tomar al país a la altura de la cultura que alcanzó, de relieve internacional.
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